Rivera, Orozco y Siqueiros son los más grandes del movimiento, pero muchos otros crearon obras en México y el mundo; algunas no se han conservado
El Muralismo, la más importante herencia artística de la Revolución mexicana, va más allá de la obra de los tres grandes -Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros-, pero también de los muros del Antiguo Colegio de San Ildefonso, la Secretaría de Educación Pública, el Palacio Nacional y Bellas Artes, ubicados en la ciudad de México.
Hay un olvido de los otros protagonistas -se cuentan más de 100 en las dos primeras décadas de vida del movimiento, años 20 y 30- y de cientos de obras en muy diversas técnicas, estilos y con temáticas variadas que se conservan -no todos en las mejores condiciones-, en centros de salud, sindicatos, fábricas, edificios de gobierno, sedes de partidos, escuelas, universidades, casas y edificios privados.
“En el Muralismo -explica la doctora en historia del arte Julieta Ortiz Gaitán, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM- convergen diversos factores artísticos, políticos e históricos. Hubo, en un principio, un programa educativo muy específico con la visión de llevar la educación a más gente, y la labor educativa se tenía que reforzar por medio de imágenes; recordemos que mucha de la población no leía y otros no hablaban español. A ello se sumó el talento de los pintores para interpretar ese objetivo educativo y social, pero su arte no se restringió a ese programa inicial; creció, se abrió en propuestas”.
La influencia del movimiento fue tal que llegó a Estados Unidos, España, Argentina, Chile, entre otros países; pero también se advierte más allá de la capital mexicana. Las ciudades de Guadalajara, Durango, Oaxaca, Morelia, Saltillo, entre otras, conservan grandes ejemplos de este movimiento.
La historiadora del arte Leticia López Orozco, del IIE, explica que en la historia del Muralismo ha habido “un olvido involuntario, histórico”, debido entre otros factores a la personalidad de los llamados tres grandes: Rivera, Orozco y Siqueiros. “Desde luego que la calidad plástica de sus obras nos legó toda una fundamentación teórica sobre el arte, el Muralismo, y también sobre la política, la sociedad y la vinculación del arte. Pero en todo el país, hubo grandes artistas que crearon obras fundamentales.
“Son muchos más que los tres grandes, tenemos un registro de aproximadamente 100, tan sólo en las dos primeras décadas, pero después proliferaron. Siguieron otras generaciones desde su propia perspectiva, con sus herramientas estéticas, plásticas, y esto lo vemos en provincia, donde continúan produciendo hasta hoy. Todos los muralistas iban enfrentando el muro y resolviendo técnica y plásticamente. Quizás en los años 50 y 60 es cuando más producción hay. Hasta la fecha, no se ha terminado; basta con que surja un movimiento social y todo está pintado en murales”, afirma López Orozco.
La huella en los muros
Fueron más de tres generaciones que, paralelo a su obra plástica, produjeron en México y el mundo murales. Algunos de estos otros fueron: Xavier Guerrero, Ramón Alva de la Canal, Dr. Atl, Jorge Enciso, Carlos Mérida, Rufino Tamayo, Roberto Montenegro, Ángel Zárraga, Raúl Anguiano, Alfredo Zalce, José Chávez Morado, Jean Charlot, Grace y Marion Greenwood, Pablo O’Higgins, Francisco Montoya de la Cruz, Juan O’Gorman, Julio Castellanos, María Izquierdo, Elena Huerta, Arnold Belkin y Rafael Cauduro.
Si bien muchos de los murales -sobre todo los que están en los edificios de la SEP, Palacio Nacional, San Ildefonso y Bellas Artes- se han preservado, y el Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble (Cencropam), del INBA, ha encabezado el rescate de varios, muchos de los otros han sido víctimas de la falta de un programa o política de atención específica hacia ese patrimonio.
“Las causas de la pérdida son muchas: negligencias, burocracia, desinterés o que ya no llenan las expectativas de la gente que los ve cuando cruza a diario”, dice Leticia López.
Un ejemplo de lo anterior es un mural que Ignacio Aguirre creó en el vestíbulo de un edificio en Polanco, una obra sobre Einstein y la energía nuclear. “La viuda nos comenta -detalla López Orozco- que con el tiempo, a los nuevos dueños no les interesó la obra, pero que se cree que el mural está tapado ahí. Los antiguos dueños lo quieren rescatar, se van a solicitar los permisos para ver si se pueden hacer calas”.
Debido a que muchos están en espacios privados, no se pueden preservar. Uno de los episodios más lamentables que se recuerden se produjo con los murales del Casino de la Selva, en Cuernavaca, cuando los nuevos dueños del conjunto pretendían arrasar con las obras para la construcción de un centro comercial. Finalmente, sólo se pudo rescatar una parte de los murales.
“No hay una ley clara que prohiba que, aunque sea un patrimonio particular, hay una obligación con estos bienes artísticos. Hay particulares que han valorado su obra, pero hay otros que la han destruido”.
Otra historia es la de un mural de Miguel Covarrubias, que estaba en el Hotel Ritz, que pasó a ser un Vips (en la calle de Madero). “Lo que pasó aquí es que el dueño lo vendió a una particular. Estaba exhibido hasta hace unos cuantos años; iba en perfecto estado”, dice López Orozco.
El problema no es sólo de recursos económicos: sólo son ocho los artistas cuya obra está declarada monumento artístico nacional: Remedios Varo, Frida Kahlo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Saturnino Herrán, José María Velasco y Gerardo Murillo (Dr. Atl).
“Falta una estrategia a corto, mediano y largo plazo que permita rescatarlos a todos”, explica Leticia López Orozco, quien en el IIE coordina el Seminario de Muralismo mexicano. Producto de este seminario es el boletín Crónicas, del cual se han publicado 14 números sobre las influencias, preservación, artistas e investigaciones nacionales e internacionales en torno del Muralismo.
Pintor... de brocha gorda
En ocasiones, hasta las buenas intenciones han causado el daño de los murales. Esto ocurrió con los creados en 1949 por Pablo O’Higgins e Ignacio Aguirre, en el Centro Escolar Gabriel Ramos Millán, en Santa María Atarasquillo, Lerma, estado de México.
López Orozco cuenta que allí “la restauración” corrió por cuenta del pintor de brocha gorda: “Esa comunidad fue muy afectada cuando iban a hacer las obras hidráulicas hacia la ciudad de México; en desagravio, el gobierno del Distrito Federal regaló una escuela, y fueron allí Pablo O’Higgins e Ignacio Aguirre a hacer murales. Como estaban deteriorados, en los años 70, un director le habló a un pintor de brocha gorda para que los fuera a pintar. Lo que vemos ahora es que los personajes tienen cejas y pestañas que parecen postizas o que la falda de la maestra fue pintada de blanco. Hasta ahora no se han podido restaurar. María O’Higgins se ha dado a la tarea de rescatar la obra de su marido, pero el dinero no alcanza”.
Lo que se perdió del Dr. Atl
Desde los inicios de la historia del Muralismo, que comenzó a pintarse en los muros de San Pedro y San Pablo (donde luego estuvo el Museo de la Luz), muchas obras han desaparecido. Ocurrió así con varios murales que ahí pintó Gerardo Murillo (Dr. Atl).
En el edificio de la SEP, un incendio destruyó casi en su totalidad uno que había creado Montenegro. Julieta Ortiz Gaitán, autora del libro Entre dos mundos. Los murales de Roberto Montenegro, cuenta que aunque en el Cencropam le aseguraron que sí se restauró esta obra, nunca nadie supo decirle dónde quedó: “Nadie me dijo: ‘sí, se perdió’. Me decían que se restauró, otros decían que se restauró en parte porque lo que estaba arriba se quemó totalmente. Pero nadie sabe dónde está”.
“Desgraciadamente se ha perdido muchísima obra”, afirma Leticia López y cita otros ejemplos: en Morelia, en 1936, varios artistas de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (Lear) pintaron obras en el ex convento de San Francisco, donde estaba la Confederación Michoacana de trabajadores, pero en los años 60, por un plan de urbanización, “llegó un arquitecto veracruzano con marro y cincel a tumbar los murales, y de eso no quedan más que cuatro o cinco fotografías”.
Cuando Juan O´Gorman, en los años 30, era encargado de obras de la SEP, trazó un plan de rehabilitación, remodelación y construcción de cerca de 50 escuelas, de las cuales, por lo menos 20 tenían programados murales.
“De esos, desgraciadamente no quedan muchos, se conservan el de Pablo O’Higgins en la Escuela Emiliano Zapata; uno de Máximo Pacheco, en la colonia Doctores que está en muy malas condiciones; el de Julio Castellanos, en la escuela Héroes de Churubusco; uno de Roberto Reyes Pérez, Anticlerical, en la escuela General Anaya, en la colonia San Simón. Éste, que era de 1933, estuvo tapado porque fue blanqueado y encima de él pintó otro el artista Edmundo Aquino; en todo caso, el Cencropam se dio a la tarea de rescatarlos”.
Uno de los rescates recientes ha sido el que INAH, INBA y gobierno de la ciudad emprendieron en el Mercado Abelardo Rodríguez, en el Centro Histórico, donde 11 muralistas pintaron todos los muros del edificio.
“Lo que ahí pasa es que no se han terminado las obras -explica Leticia López-. Mientras que no se atienda la obra civil, se impermeabilicen los techos y se cambien las bajadas de agua, los murales seguirán afectándose. Porque habían terminado de restaurar los murales de las hermanas Greenwood y a los dos meses vimos la capa de humedad otra vez. Si no se restaura la arquitectura no se va a lograr mucho”.
Para López Orozco la investigación y el rescate del Muralismo debe ser una prioridad porque, “gracias a esta corriente plástica México ocupa un lugar en el mundo. No le quito la importancia a los frescos conventuales, ni a los prehispánicos, pero este patrimonio se tiene que atender con un plan que permita ver que esta es la corriente que le dio a México un lugar en el arte mundial. Fue el movimiento artístico mexicano que más impactó afuera”.
Fuente: El Universal
El Muralismo, la más importante herencia artística de la Revolución mexicana, va más allá de la obra de los tres grandes -Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros-, pero también de los muros del Antiguo Colegio de San Ildefonso, la Secretaría de Educación Pública, el Palacio Nacional y Bellas Artes, ubicados en la ciudad de México.
Hay un olvido de los otros protagonistas -se cuentan más de 100 en las dos primeras décadas de vida del movimiento, años 20 y 30- y de cientos de obras en muy diversas técnicas, estilos y con temáticas variadas que se conservan -no todos en las mejores condiciones-, en centros de salud, sindicatos, fábricas, edificios de gobierno, sedes de partidos, escuelas, universidades, casas y edificios privados.
“En el Muralismo -explica la doctora en historia del arte Julieta Ortiz Gaitán, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM- convergen diversos factores artísticos, políticos e históricos. Hubo, en un principio, un programa educativo muy específico con la visión de llevar la educación a más gente, y la labor educativa se tenía que reforzar por medio de imágenes; recordemos que mucha de la población no leía y otros no hablaban español. A ello se sumó el talento de los pintores para interpretar ese objetivo educativo y social, pero su arte no se restringió a ese programa inicial; creció, se abrió en propuestas”.
La influencia del movimiento fue tal que llegó a Estados Unidos, España, Argentina, Chile, entre otros países; pero también se advierte más allá de la capital mexicana. Las ciudades de Guadalajara, Durango, Oaxaca, Morelia, Saltillo, entre otras, conservan grandes ejemplos de este movimiento.
La historiadora del arte Leticia López Orozco, del IIE, explica que en la historia del Muralismo ha habido “un olvido involuntario, histórico”, debido entre otros factores a la personalidad de los llamados tres grandes: Rivera, Orozco y Siqueiros. “Desde luego que la calidad plástica de sus obras nos legó toda una fundamentación teórica sobre el arte, el Muralismo, y también sobre la política, la sociedad y la vinculación del arte. Pero en todo el país, hubo grandes artistas que crearon obras fundamentales.
“Son muchos más que los tres grandes, tenemos un registro de aproximadamente 100, tan sólo en las dos primeras décadas, pero después proliferaron. Siguieron otras generaciones desde su propia perspectiva, con sus herramientas estéticas, plásticas, y esto lo vemos en provincia, donde continúan produciendo hasta hoy. Todos los muralistas iban enfrentando el muro y resolviendo técnica y plásticamente. Quizás en los años 50 y 60 es cuando más producción hay. Hasta la fecha, no se ha terminado; basta con que surja un movimiento social y todo está pintado en murales”, afirma López Orozco.
La huella en los muros
Fueron más de tres generaciones que, paralelo a su obra plástica, produjeron en México y el mundo murales. Algunos de estos otros fueron: Xavier Guerrero, Ramón Alva de la Canal, Dr. Atl, Jorge Enciso, Carlos Mérida, Rufino Tamayo, Roberto Montenegro, Ángel Zárraga, Raúl Anguiano, Alfredo Zalce, José Chávez Morado, Jean Charlot, Grace y Marion Greenwood, Pablo O’Higgins, Francisco Montoya de la Cruz, Juan O’Gorman, Julio Castellanos, María Izquierdo, Elena Huerta, Arnold Belkin y Rafael Cauduro.
Si bien muchos de los murales -sobre todo los que están en los edificios de la SEP, Palacio Nacional, San Ildefonso y Bellas Artes- se han preservado, y el Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble (Cencropam), del INBA, ha encabezado el rescate de varios, muchos de los otros han sido víctimas de la falta de un programa o política de atención específica hacia ese patrimonio.
“Las causas de la pérdida son muchas: negligencias, burocracia, desinterés o que ya no llenan las expectativas de la gente que los ve cuando cruza a diario”, dice Leticia López.
Un ejemplo de lo anterior es un mural que Ignacio Aguirre creó en el vestíbulo de un edificio en Polanco, una obra sobre Einstein y la energía nuclear. “La viuda nos comenta -detalla López Orozco- que con el tiempo, a los nuevos dueños no les interesó la obra, pero que se cree que el mural está tapado ahí. Los antiguos dueños lo quieren rescatar, se van a solicitar los permisos para ver si se pueden hacer calas”.
Debido a que muchos están en espacios privados, no se pueden preservar. Uno de los episodios más lamentables que se recuerden se produjo con los murales del Casino de la Selva, en Cuernavaca, cuando los nuevos dueños del conjunto pretendían arrasar con las obras para la construcción de un centro comercial. Finalmente, sólo se pudo rescatar una parte de los murales.
“No hay una ley clara que prohiba que, aunque sea un patrimonio particular, hay una obligación con estos bienes artísticos. Hay particulares que han valorado su obra, pero hay otros que la han destruido”.
Otra historia es la de un mural de Miguel Covarrubias, que estaba en el Hotel Ritz, que pasó a ser un Vips (en la calle de Madero). “Lo que pasó aquí es que el dueño lo vendió a una particular. Estaba exhibido hasta hace unos cuantos años; iba en perfecto estado”, dice López Orozco.
El problema no es sólo de recursos económicos: sólo son ocho los artistas cuya obra está declarada monumento artístico nacional: Remedios Varo, Frida Kahlo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Saturnino Herrán, José María Velasco y Gerardo Murillo (Dr. Atl).
“Falta una estrategia a corto, mediano y largo plazo que permita rescatarlos a todos”, explica Leticia López Orozco, quien en el IIE coordina el Seminario de Muralismo mexicano. Producto de este seminario es el boletín Crónicas, del cual se han publicado 14 números sobre las influencias, preservación, artistas e investigaciones nacionales e internacionales en torno del Muralismo.
Pintor... de brocha gorda
En ocasiones, hasta las buenas intenciones han causado el daño de los murales. Esto ocurrió con los creados en 1949 por Pablo O’Higgins e Ignacio Aguirre, en el Centro Escolar Gabriel Ramos Millán, en Santa María Atarasquillo, Lerma, estado de México.
López Orozco cuenta que allí “la restauración” corrió por cuenta del pintor de brocha gorda: “Esa comunidad fue muy afectada cuando iban a hacer las obras hidráulicas hacia la ciudad de México; en desagravio, el gobierno del Distrito Federal regaló una escuela, y fueron allí Pablo O’Higgins e Ignacio Aguirre a hacer murales. Como estaban deteriorados, en los años 70, un director le habló a un pintor de brocha gorda para que los fuera a pintar. Lo que vemos ahora es que los personajes tienen cejas y pestañas que parecen postizas o que la falda de la maestra fue pintada de blanco. Hasta ahora no se han podido restaurar. María O’Higgins se ha dado a la tarea de rescatar la obra de su marido, pero el dinero no alcanza”.
Lo que se perdió del Dr. Atl
Desde los inicios de la historia del Muralismo, que comenzó a pintarse en los muros de San Pedro y San Pablo (donde luego estuvo el Museo de la Luz), muchas obras han desaparecido. Ocurrió así con varios murales que ahí pintó Gerardo Murillo (Dr. Atl).
En el edificio de la SEP, un incendio destruyó casi en su totalidad uno que había creado Montenegro. Julieta Ortiz Gaitán, autora del libro Entre dos mundos. Los murales de Roberto Montenegro, cuenta que aunque en el Cencropam le aseguraron que sí se restauró esta obra, nunca nadie supo decirle dónde quedó: “Nadie me dijo: ‘sí, se perdió’. Me decían que se restauró, otros decían que se restauró en parte porque lo que estaba arriba se quemó totalmente. Pero nadie sabe dónde está”.
“Desgraciadamente se ha perdido muchísima obra”, afirma Leticia López y cita otros ejemplos: en Morelia, en 1936, varios artistas de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (Lear) pintaron obras en el ex convento de San Francisco, donde estaba la Confederación Michoacana de trabajadores, pero en los años 60, por un plan de urbanización, “llegó un arquitecto veracruzano con marro y cincel a tumbar los murales, y de eso no quedan más que cuatro o cinco fotografías”.
Cuando Juan O´Gorman, en los años 30, era encargado de obras de la SEP, trazó un plan de rehabilitación, remodelación y construcción de cerca de 50 escuelas, de las cuales, por lo menos 20 tenían programados murales.
“De esos, desgraciadamente no quedan muchos, se conservan el de Pablo O’Higgins en la Escuela Emiliano Zapata; uno de Máximo Pacheco, en la colonia Doctores que está en muy malas condiciones; el de Julio Castellanos, en la escuela Héroes de Churubusco; uno de Roberto Reyes Pérez, Anticlerical, en la escuela General Anaya, en la colonia San Simón. Éste, que era de 1933, estuvo tapado porque fue blanqueado y encima de él pintó otro el artista Edmundo Aquino; en todo caso, el Cencropam se dio a la tarea de rescatarlos”.
Uno de los rescates recientes ha sido el que INAH, INBA y gobierno de la ciudad emprendieron en el Mercado Abelardo Rodríguez, en el Centro Histórico, donde 11 muralistas pintaron todos los muros del edificio.
“Lo que ahí pasa es que no se han terminado las obras -explica Leticia López-. Mientras que no se atienda la obra civil, se impermeabilicen los techos y se cambien las bajadas de agua, los murales seguirán afectándose. Porque habían terminado de restaurar los murales de las hermanas Greenwood y a los dos meses vimos la capa de humedad otra vez. Si no se restaura la arquitectura no se va a lograr mucho”.
Para López Orozco la investigación y el rescate del Muralismo debe ser una prioridad porque, “gracias a esta corriente plástica México ocupa un lugar en el mundo. No le quito la importancia a los frescos conventuales, ni a los prehispánicos, pero este patrimonio se tiene que atender con un plan que permita ver que esta es la corriente que le dio a México un lugar en el arte mundial. Fue el movimiento artístico mexicano que más impactó afuera”.
Fuente: El Universal
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